viernes, 27 de marzo de 2009

Reflexiones sobre la transcendencia


 

 

 El hombre, ese peñasco

que a veces dice no con la cabeza.

El vegetal erguido, rebelado,

que ya no sigue al sol que más calienta.

 

Ese animal cruel que hunde el colmillo

en las tiernas gargantas de su sangre,

que mata por matar, y que descubre

su gozo en el dolor que al otro inflige.

 

Ese mono, esclavo de si mismo,

horrorizado miembro de una especie

madrastra de la muerte y de la mierda,

diente feroz y hermosos pensamientos.

 

Ese ángel caído que enarbola,

marioneta sublime, su dios antropomorfo

para ahuyentar sus cósmicos pavores.

 

Esa caña consciente en la tormenta,

contradicción perpetua, paradoja

del dios por Jl creado, del Dios Padre.

 

 

 

Ni creo en Dios ni dejo de creer. ¿Es esto ser agnóstico? Puede que lo sea.

 

Por supuesto desecho de antemano la idea del politeísmo, con su caterva de dioses locales que encarnan los destinos de cada tribu, quizá con algún dios de mayor categoría que organice el tráfico de las divinas influencias. No obstante la reconozco como solución más equilibrada y justa porque permite a cada etnia la misma dignidad y protección de principio aunque luego algunos dioses se muestren más eficaces que otros en hacer medrar a sus protegidos. (El catolicismo es de hecho un politeismo por cuanto venera a santos y advocaciones de María como funcionales dioses y diosas menores especializados en diversas mercedes a la medida de sus menesterosos demandantes).

 

Me parece aberrante la pretensión teológica judía de elevar un dios tribal a la categoría de único Dios. "No hay más Dios que el Dios de Israel". ¡Cojonudo! Un único Dios crea el Universo entero y luego elige una mugrienta tribu del desierto como única destinataria de sus mejores designios. ¿Qué pintan entonces los demás hombres, las demás tribus, los demás pueblos?¿ Son tan sólo otras bestezuelas del Señor? Si esto no es racismo (o aún peor, tribalismo) teológico que venga Dios y lo vea. Salvo, claro está, que los judíos se consideren raza (¿por qué no especie?[1]) superior  y nos vean a los demás como desechos paleo-humanos arrojados en el camino de la evolución. Algunos de ellos lo piensan; no se diferencian mucho de los energúmenos nazis que tan criminalmente se portaron con los judíos (y con los gitanos, los rusos y muchos más).

 

No creo en el Dios cristiano[2], ese que definen como "Señor infinitamente bueno, poderoso, principio y fin de todas las cosas". Un Dios providente que lo crea, vigila y tutela todo, permitiendo no obstante la libertad y, por ende, responsabilidad de sus criaturas ("el libre albedrío"). Un Dios que crea el hombre "a su imagen y semejanza". El hombre, ¡menudo monstruo!¡ vaya imagen de un dios bondadosísimo!

 

Pero mi juicio no puede quedarse a este respecto en esa sola crítica. El cristianismo oficial a lo largo de sus siglos de vigencia (y más aún el catolicismo) representa probablemente el más flagrante y descarado caso de manipulación fraudulenta, de inversión y perversión de la imagen de un hombre egregio y bueno, de su mensaje, y del brote utópico que significó que conoce la Historia. Muchos otros movimientos populares, muchos otros repuntes de utopía han terminado en manos de aprovechados y de listos, vueltos del revés como un calcetín: el movimiento franciscano, la revolución francesa recalada en triunfo de la burguesía y el capitalismo, la revolución bolchevique desembocada en el estalinismo, el “socialismo-democrático” convertido en mamporrero del neoliberalismo y el imperio americano, la propia utopía americana, que tanta atención mereció del propio Marx, conducida hacia el fascismo realmente existente y posible, etc. En todos ellos funcionaron mecanismos semejantes y en todos la contrarrevolución se articuló sobre élites corrompidas que traicionaron sus ideales si es que alguna vez los tuvieron, es decir, si es que no se unieron deliberadamente a las masas con la idea de apoderarse en su momento del mando y poner a moler en su molino la poderosísima potencia de cualquier movimiento de masas resonante con una auténtica utopía. Pero el cristianismo, por su extensión, por la mezcla tan chocante de éticas y prácticas de una bondad avanzada a su tiempo y poderes ejercidos con suma crueldad y en auténtica negación de esas mismas ética y prácticas, por haberse convertido en una de las mayores fábricas de alienación colectivas que se conoce y que tanto ha significado y significa en nuestra cultura y formación básicas merece un análisis cuidadoso y profundo que mis limitaciones personales me van a impedir completar como desearía. Pero vayamos a ello y por partes.

 

El cristianismo hace dogma central de su doctrina que Dios se encarnó en el hombre llamado Jesús de Nazaret. ¡Señor, si es que existes, qué disparate! Ellos dicen que es un gran misterio; yo digo que es un enorme disparate[3]. Y especialmente disparatado sería para un judío afirmar una cosa así. Parece ser que esa creencia no es inmediata a la muerte de Jesús sino que se la plantean incluso varios siglos después, en otro caso sería una buena explicación de por qué el cristianismo tuvo tan poco eco entre los propios judíos.

 

Porque vamos a ver. A nada que uno se haya asomado sin anteojeras a la tradición mosaica tiene que darse cuenta de una de las peculiaridades más originales del judaísmo:  la que podríamos llamar mandato de abstracción teológica. El judío tenía vedado representarse a Dios de ninguna manera ni hacerse imágenes de él. A diferencia de los pueblos que lo rodeaban y que de forma habitual se imaginaban a sus dioses en formas de animales, personas o seres fantásticos el pueblo de Israel por la constante presión de sus profetas concebía a su Yavé en términos meramente abstractos privándose de hacerse de él la menor representación. Este punto es crucial y da a  esa creencia un atractivo filosófico evidente y cierta modernidad aparte de las consecuencias sociológicas que tan sutil e inteligentemente analiza José Mª . Díaz Alegría en lo relativo a su distinción entre religiones ético-proféticas contrapuestas a las teológico-cultualistas[4], de vital importancia para otros aspectos del análisis de las religiones “del Libro”.

 

Las referencias son constantes en la Biblia: Cuando Moisés remonta el Sinaí y permanece allí cuarenta días el pueblo impaciente se desespera por la tardanza y le pide a Arón, gran sacerdote, hermano de Moisés, una imagen de Dios a la manera egipcia. Éste, débil y quizá desesperanzado por la tardanza, les funde un becerro con el oro de las joyas que le entregan al que empiezan a adorar. Vuelve por fin el profeta con las Tablas de la Ley recién recibidas de Yavé, se encoleriza al encontrarles en prácticas tan impías para los israelitas y destroza el ídolo[5]. El Decálogo es tajante: “No te harás esculturas ni imagen alguna de lo que hay en lo alto de los cielos , ni de lo que hay abajo sobre la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas, y no las servirás …”[6]. Y más adelante insiste: “No os hagáis conmigo dioses de plata ni dioses de oro”[7] Díaz Alegría, en la obra citada, revela cómo estos preceptos fueron eliminados del decálogo cristiano porque cerraban el paso al rumbo teológico-cultualista que se le estaba marcando a la nueva religión y cómo fue desdoblado un mandamiento para cubrir el hueco del borrado y seguir sumando diez. Tampoco en la época de mayor esplendor de Israel, durante los mandatos de David y de Salomón,  se le ocurrió a nadie divinizarlos ni en vida ni a la muerte de alguno de ellos, y nadie dudará de la devoción de ese pueblo por esos reyes. El resto de la historia antigua de Israel es una continua pugna entre transgresores y reivindicadores de esta pureza en la abstracción: Jeroboam hace ídolos y Josías le reprende, los reyes prevarican y los profetas fustigan, el pueblo en decadencia se dedica al culto de las “aseras y los altos” que periódicamente destruyen los profetas cuando les toca algún rey decente. Nada queda tan patente entre los judíos como el horror y el desprecio de la idolatría por el hombre justo, hasta el punto de que constantemente identifica ésta con decadencia, infortunio y esclavitud por el abandono de su dios en castigo a esas prácticas impías. Una auténtica fijación.

 

Con estos antecedentes esenciales ¿como podría admitir un buen judío que alguien llegara a adorar a un hombre como ídolo y personificación de su dios? Los egipcios divinizaban a sus faraones, los romanos a sus emperadores, los judíos no lo hicieron nunca y creo de verdad que ellos no lo hicieron con Jesús, ni siquiera sus mas devotos partidarios lo hicieron, eso es sin duda un invento muy posterior.

 

¿Y Jesús? Escuchad lo que os digo, la mayor prueba de que no hay otra vida tras la muerte tal cómo nos la han contado es para mí que si la hubiera y desde allí se pudiera saber lo que aquí ocurre la vida eterna de Jesús sería un verdadero infierno tan solo de saber lo que se ha hecho de su memoria y en su nombre, y sobre todo el de haber hecho de él un dios que adorar en lugar del abstracto en que como buen judío sin duda creía. Porque Jesús de Nazaret era judío de pura cepa, de la estirpe de David (¡vaya usted a saber!) y era un profeta como la copa de un pino. De los mayores. Nada más lejos de la impiedad ni de la sospecha de la idolatría. ¿Jesús se creía Dios? ¡Qué cosa tan absurda! ¡Misticismos orientales, locuras de mentes débiles! ¡¡Necesidades pervertidas de mitificarle para construir sobre su imagen meliflua (esos cristos de labios pintados, corazón trinchado y mirada gilipollas que adoran las beatas a mayor beneficio de tanto aprovechado) un enorme aparato de poder apoyado en la fe alienada de tanta gente sencilla!! No, Jesús, llamado el Cristo, era sin duda un hombre nada más, y nada menos que todo un hombre, por sus ideas hechas palabra, verbo (y eso sí que es un milagro, el único que admito de él) y sus actos. Un hombre admirable de esos que te reconcilian a veces con la humanidad. ¡Así le fue cómo le fue, cómo a tantos otros!

 

Jesucristo, ¿dios? Absurdo. Tertuliano, que al parecer descubrió el razonamiento paradójico antes que algunos modernos, dijo al respecto: “Credo qui absurdum est”. Y acto seguido se convirtió. Un intelectual pasado muy tempranamente al irracionalismo. ¡Enhorabuena! ¡Pues no, señor! Lo absurdo es absurdo y punto. Tras esos retrocesos de la razón se van años de retroceso de la Humanidad.

 

Pero la falsificación, la mitificación, la mixtificación, la inversión perversa de la memoria de Jesús por los explotadores de su imagen no queda ahí. Jesús de Nazaret dice:

 

                        “Bienaventurados los pobres de espíritu, por que suyo es el reino de los cielos”.

 

                        “Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra”.

 

                        “Bienaventurados los que lloran, por que ellos serán consolados”.

 

              “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos”.

 

              “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”.

 

              “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.

 

              “Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.

 

              “Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia[8], porque suyo es el reino de los cielos”.

 

              “Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira digan contra vosotros todo género de mal por mí”.[9]

 

                        Y dijo:

 

              “No resistáis al mal, y si alguno te abofetea en la mejilla derecha, dale también la otra”.[10]

 

                        Y también:

 

            “Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen …”.[11]

 

            “No podéis servir a Dios y a las riquezas”.[12]

 

            “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de los cielos”.[13]

 

                        Y sobre todo:

 

            “No os inquietéis por vuestra vida, sobre qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, sobre qué os vestiréis. ¿No es la vida más que alimento, y el cuerpo más que vestido? Mirad cómo las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? ¿Quién de vosotros con sus preocupaciones puede añadir a sus estatura un solo codo? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Mirad a los lirios del campo cómo crecen: no se fatigan ni hilan. Pues yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste, ¿no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No os preocupéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, qué beberemos o qué vestiremos? Los gentiles se afanan por todo eso; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad. Buscad, pues, primero el reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura”[14]

 

                        ¡Toma ya productividad, competitividad y la codicia como motor del mundo! ¡Toma ya capitalismo y neoliberalismo! ¿Son ustedes cristianos, señores Aznar y Rato, bendecidos por todos los obispos de Calahorra o de Roma o el mismísimo monseñor Escrivá de Balaguer, que tanto da, y atufados del incienso de la misa semanal o diaria?

 

            Antonio Machado dijo en aquel verso sobre la saeta:

           

 “¡Oh, no eres tú mi cantar

 No puedo cantar ni quiero

 a ese Jesús del madero

 sino al que anduvo en el mar.”

 

Yo prefiero sin embargo a ese Jesús que “entró en el templo de Dios y arrojó de allí a cuantos vendían y compraban en él, y derribó las mesas de los cambistas y los asientos de los vendedores de palomas, diciéndoles: Escrito está: “”Mi casa será llamada casa de oración””, pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones”[15]

 

¡Santa ira! ¡Irónica profecía! De ser Dios hubiera tenido que saber que sobre su memoria se edificaría un templo repleto de todo lo que con razón abominaba.

 

Comparemos la doctrina que deja entrever el espíritu de las escasas citas que transcribo con la realidad de la composición social del núcleo actual del cristianismo.  Rabindranaz Tagore dijo una vez que la doctrina de Jesús había  pasado sobre los cristianos como el agua sobre los guijarros del río, mojando su superficie pero sin empapar su corazón. Yo creo que si examinamos el actual cristianismo como organización y fenómeno social la cosa es mucho peor y encontramos un aparato ideológico para conducir y mantener a los pobres en la santa resignación y así garantizar la dominación de los ricos en la mayor seguridad, y todo ello hecho con retazos de una doctrina evidentemente emancipadora. ¡Desalentador!

 

Y sin embargo, en un cierto sentido, que no en los demás por supuesto, hay que reconocer un progreso con respecto al judaísmo: Dios no se dedica ya a una sola etnia o tribu sino a todos los hombres. Pero sigue conservando un centralismo fundacional y una esencial intolerancia: Dios quiere a todos los hombres con la condición de que se "conviertan" a la verdadera fe (cuyo patrimonio administran y poseen otros, llamados cristianos) y abjuren de sus primitivas creencias, lo cual proporciona ventajas evidentes a los padres fundadores y organizaciones pioneras, y a la corta o a la larga representa la demolición cultural[16] de los pueblos convertidos, conquistados y dominados. En este sentido la tarea del misionero como agente de desintegración cultural de vencidos ha sido desdichadamente complementaria de la del guerrero, aunque, en el mejor de los casos, se pueda haber hecho guiado por un propósito benevolente, para encaminar esas gentes hacia el único Dios verdadero.

 

Del Islam conozco poco, creo que en el fondo nace de la misma fuente teológica que judaísmo y cristianismo, que carece del tribalismo primitivo de la primera y que, quizá por ser algo más moderno en su origen es (o era) algo más tolerante en términos generales que el cristianismo[17]; la intolerancia y fanatismo que hoy se advierte en los que más se reclaman musulmanes más parecen restos de intransigencias y abusos tribales (precisamente, al parecer, esos mismos a los que Mahoma quiso poner coto) tremendamente radicalizados por el rechazo a la prepotencia de Occidente y la necesidad de reforzar sus señas de identidad (quizá sin duda en dirección equivocada) ante la evidente agresión cultural, repleta de valores  tan contrapuestos a los suyos.

 

Tampoco sé mucho del budismo (más bien una filosofía y una ética), por el que siento una gran curiosidad, ni de otras religiones.

 

Dicho todo esto, muy simplificadamente, lo reconozco, de las religiones existentes, sobre las que volveré quizás para matizar o completar mi impresión sobre algunas de las que mayor influencia he recibido, debo reconocer que el fenómeno de la religión en su conjunto, como tendencia mayoritaria de los colectivos humanos, es impresionante y que, alienante o no, primitivo o esencial, debe ser considerado con la mayor atención por quien pretenda conocer la naturaleza y filosofar sobre el futuro de los seres humanos sea en sociedad o como meros individuos.

 

 

Opinión filosófico-religiosa o simplemente filosófica destacable, antigua, pero posiblemente con bastante futuro en las conciencias es la del panteísmo. Cada ser por sí es contingente pero el conjunto de todo, el Universo es necesario, tiene un  plan y en ese plan estamos todos los seres. El conjunto de todos los seres es divino.  Algunos rasgos de panteísmo se advierten en el budismo, no está muy lejos de cierto panteísmo el cristianismo de Francisco de Asís y más modernamente, en este siglo, el de Teilhard de Chardin. Y no sería raro verlo renacer como rama transcendente del creciente ecologismo.

 

Como antítesis radical de todo este panorama, como negación histórica de la búsqueda de lo transcendente y de las religiones está el ateísmo. Es de suponer que por muchos siglos esta fue más una convicción  personal mantenida  en el secreto de las conciencias de muchas personas que una filosofía manifiesta, que, de serlo, hubiera acarreado a sus mantenedores acusaciones de impiedad con las peores consecuencias, habida cuenta del poder de las religiones dominantes y su íntima relación con los poderes políticos y represivos. Por cuestiones filosóficas o científicas que tan sólo rozaban la cuestión llegaron a la muerte o al suplicio Sócrates, Miguel Servet, Giordano Bruno, etc. o a la humillante retractación: Galileo y otros. Sólo con la irrupción de las ideas modernas que eclosionan, no sin sangre,  a partir de las revoluciones de los siglos XVIII, XIX y XX se puede establecer la  tolerancia mínima imprescindible, por más que precaria, para manifestar públicamente tales ideas, debatirlas y crear movimientos colectivos más o menos coordinados que comparten y difunden esas convicciones.

 

Existe para el ateo cuanto se puede ver y experimentar con los sentidos y mediante los instrumentos de que el hombre se ha provisto con su ciencia y su técnica; gobernado por las reglas que el método científico va descubriendo y contrastando con rigurosas pruebas y repruebas. Nada más. Cualquier otra reflexión cae en los apriorismos y elucubraciones de la metafísica, disciplina gratuita, acientífica y despreciable. Pero no se para aquí. Si se quedara en la simple afirmación de que: Hasta ahora no se han encontrado razones consistentes que permitan afirmar la existencia de algo sobrenatural, de algo que haya creado, organizado lo que existe o al menos que esté al margen de lo que conocemos como Universo (pero no queda excluida la posibilidad de que un día se encuentren o que, aún sin encontrarse, puedan existir al margen de nuestra indagación), esa persona no sería puramente un ateo. El ateísmo niega categóricamente la existencia de algún dios, único o vario, fundamento de religión o de filosofía, Dios o Gran Arquitecto del Universo, o la de cualquier ser, fenómeno o manifestación "sobrenatural" que haya intervenido o intervenga en ningún tipo de creación, regulación o mantenimiento de la realidad "natural". Niega asimismo, por lo general, para el Universo cualquier tipo de finalismo o destino manifiesto o subyacente. Es decir, niega toda teología y toda teleología.

 

Opino yo que el ateo, quizá por las tremendas fuerzas contra las que ha tenido que luchar, quizá por emplear su opinión sobre la transcendencia no sólo como mera opinión filosófica sino, más allá de ello, como un argumento fundamental en su dialéctica y un arma en su lucha, en buena parte política y social, contra el evidente carácter reaccionario y conservador de las religiones imperantes, baluartes ideológicos por mucho tiempo de los antiguos regímenes políticos, ha radicalizado extraordinariamente en muchos casos su opinión en este tema, de manera que, al  elevar a categoría su negación de la transcendencia sobrepasa los límites de la razón y se adentra en los de la creencia; huyendo de todos los apriorismos él mismo establece un apriorismo: está seguro (¡y con qué firmeza a veces!) de que Dios no existe. Personalmente prefiero el socrático: sólo sé que no sé nada, o al menos que no sé lo suficiente.

 

Y para cerrar el panorama, aunque no sé qué lugar debiera corresponderle, trataré del agnosticismo. En sentido propio[18] se trata de una doctrina filosófica que declara inaccesible al entendimiento humano toda noción de lo absoluto, y reduce la ciencia al conocimiento de lo fenoménico o relativo, es decir, la ciencia humana sólo puede dar a conocer relaciones entre las cosas, mientras que la esencia, el noumeno, la razón última siempre se le escapará de entre las manos. )Está entre lo que se nos escapa algún dios creador u ordenador de lo absoluto? No lo podremos saber nunca.

 

Quizá yo no llego hasta tanto. En el agnosticismo que acabo de transcribir hay al menos la formulación de una hipótesis de inaccesibilidad de lo absoluto que, aunque me parece verosímil y probable en el estado actual de conocimientos tampoco considero definitivamente probada, al menos en lo que a mi sentido o sentimiento de la evidencia respecta. Yo me quedo en la duda no resuelta del principio o en la escrita en negrillas para el párrafo sobre el ateísmo. Me parece que es una especie de agnosticismo, si bien apenas categórico, aunque si dramático en el hondón de mis sentimientos. Hace años escribí un pequeño poema que pretendía expresar esa desazón:

 

                                                                          

 

 

 ANGUSTIA

 Me han puesto a vivir y vivo

con toda mi angustia a cuestas,

sonámbulo entre misterios

colgados de las estrellas.

 

De cábala y jeroglífico

hago mallas de escaleras

y antorchas de luz que alumbren

la sima de mi cabeza.

 

Mientras mi razón, curtida

en preguntas sin respuesta,

ajedreces ideales

disputa con las tinieblas

 

mi corazón continúa,

metafísico y poeta,

alzándole barricadas

al miedo que se le entra.

 

 

                        Todo esto está muy bien pero no termina de aclarar mi pensamiento sobre la transcendencia. Si acaso modela en hueco, en base a sucesivas negaciones, un atisbo de postura. Volveré, pues, al principio: ni creo en Dios ni dejo de creer.

 

                        ¿Qué hacer? Se me plantea  un dilema:

 

A) Puedo “pasar” del tema. ¿Es verdaderamente necesario resolverlo? Muchos contestarían que no, que se puede seguir viviendo sin plantearse estos problemas. Me los imagino  como pasajeros de un largo viaje en una nave interestelar olvidados por completo del origen, el destino y la finalidad de la travesía y preocupados tan sólo por los chismes de a bordo, por las relaciones de a bordo (por lo relativo). Tendría su lógica. Pensemos que un viaje estelar a velocidades sublumínicas podría durar el tiempo suficiente para que se sucedieran cientos de generaciones dentro de la nave; finalmente los gráficos de ruta, los cuadernos de bitácora y las instrucciones del viaje devendrían para la mayoría de los viajeros en oscuros textos sagrados cada vez más esotéricos y desconectados de las realidades cotidianas, y el escepticismo sobre una posible finalidad de su viaje cundiría irremediablemente. ¿Qué estrategias de relación subsistirían tras el naufragio de cualquier finalismo? Para los más primitivos un egoísmo elemental al servicio de un brutal hedonismo. Para los más inteligentes alguna estrategia grupal muy jeraquizada que garantizara una cómoda hegemonía y en el fondo la satisfacción de los mismos instintos elementales del primitivo más los de dominación: unas reglas de juego, o sea una “ética”, mafiosas.

 

            Porque, ¿sobre qué fundar una ética universal amplia que sea algo más que las reglas del juego de una mafia corporativa e injustamente excluyente? ¿Sobre arcanos acerca de la naturaleza del hombre y sólo del hombre?¿ y cuales? ¿Sobre bases ecológicas que huelen a panteísmo o deificación de la Naturaleza?¿ y con qué base?

 

      B)  Puedo y debo seguir reflexionando sobre la transcendencia. No me queda otra salida. He apostado ya demasiado por intereses generales en contra a veces de los míos más inmediatos. Y, coherentemente, cuando se hace esto (y lo hace mucha gente) no puede basarlo en estrategias ni planteamientos de cortos vuelos. Es necesaria una apoyatura filosófica que dé cobertura de sensatez a lo que sin ello sería una locura quijotesca, todo lo simpática que se quiera pero locura al fin. Marx lo intenta con su materialismo dialéctico

 

 

                                   Madrid, 10 de Abril de 1999

 

(Continuará … indefinidamente)



[1] Evidentemente aquí todos los racistas han perdido su mejor posibilidad ante la Biología, que define especie como conjunto de todos los individuos capaces de cruzarse entre sí y procrear descendientes viables y fértiles, cosa que los miembros de la m<s primitiva y despreciada raza actual puede hacer y en realidad ha hecho m<s de una vez, mal que les pese, con los orgullosos arios o los excluyentes judíos; ve<se p.e. el caso de los felashas etíopes.

[2] Aprecio, sin embargo, sobremanera a Jesús de Nazaret por los hechos y dichos que de Jl me han sido transmitidos y que muy poco tienen que ver desdichadamente con el montaje organizado alrededor de su memoria ni por supuesto con los indignos hechos realizados indignamente en su nombre. (Pobre Jesús!

[3]Y no voy a trivializar esta afirmación acudiendo a la imagen de desmesura en la que un Ser Absoluto Creador de un Universo con millones de galaxias, cada una con miríadas de estrellas y planetas, algunos de ellos poblados de bestezuelas fruto de una evolución de lo elemental a lo complejo, se encapriche con una cría de primate erguido de una tribu de un rincón perdido al borde de un desierto de un planeta cualquiera de una estrella sin importancia de un brazo secundario de una galaxia como tantas otras y se encarne en él. Podría así ridiculizarse la posibilidad, pero no lo haré.

4 “Yo creo en la esperanza”, José Mª Díaz Alegría.

[5] Exodo,32,1-35.

[6] Éxodo,20,4-5.

[7] Éxodo,20,23.

[8] Obviamente, ser perseguidos por practicar y defender la justicia.

[9] Mateo, 5,1-11.

[10] Mateo,5,39.

[11] Mateo, 5,44.

[12] Mateo, 6,24.

[13] Mateo, 19,24.

[14] Mateo, 6,25-33.

[15] Mateo, 21, 12-13.

[16] Religión y cultura son dos manifestaciones inseparables de la forma de ser, la identidad y el orgullo de cualquier pueblo, y en consecuencia fundamento de su pretensión natural de independencia.

[17] En la España musulmana, por ejemplo, a los judíos y a los cristianos se les dejaba practicar su religión con relativa libertad, gravándoseles, eso sí, con un impuesto especial. Bajo la dominación musulmana los Concilios cristianos se siguieron celebrando regularmente en Toledo y la jerarquía de obispos y presbíteros continuó funcionando, e incluso se sabe que los cristianos de los reinos cristianos de la península siguieron obedeciendo a las jerarquías cristianas de la España musulmana hasta que aquellos reinos fueron suficientemente fuertes, en cuyo momento se emanciparon de tal obediencia.

[18] Diccionario de la lengua española. Vigésima primera edición. Real Academia Española.