17/03/2016 - 17:51h
A mí lo que me aterra no es tanto el
energúmeno Trump como el hecho de que Trump sea caja de resonancia de una mala
parte de la sociedad norteamericana. Tarados mentales como Trump (o Hitler) los
produce cualquier sociedad humana; normalmente van a parar a los centros de salud
como pacientes o a las comisarías cuando se convierten en asesinos en serie; lo
malo es cuando una parte de esa sociedad se empieza a identificar con su
aberrante mensaje y lo empieza a ver como líder y lo alaba y lo jalea. Al final
de ese proceso se termina invadiendo Polonia, asesinando masivamente y causando
la ruina y la muerte de los países. Pero preguntémonos ¿es Trump el agente
infeccioso o, por el contrario, el síntoma de una enfermedad social? La
respuesta a esta pregunta no es baladí, porque de ella dependería el
tratamiento. Si se tratara de lo primero bastaría con neutralizar o aislar al
energúmeno, pero si fuera lo segundo el caso sería mucho más grave: si Trump
fuera solo el síntoma de una grave enfermedad social de la sociedad americana de
nada serviría entonces apartar a Trump porque la sociedad enferma produciría
otros Trumps para satisfacer y polarizar su tendencia morbosa. Y quien habla de
Norteamérica puede hablar de Europa y su creciente xenofobia y ultraderechismo
en Francia, Bélgica, Alemania, Hungría, y no sigamos levantando tejados
nacionales o nazionales. Puede que se avecinen tiempos oscuros ...
Y no nos olvidemos de Holanda y sus
"hinchas" en la Plaza Mayor de Madrid, los que humillaban a pobres
pordioseras rumanas y, con ello, se divertían un montón. O los comedores para
pobres españoles, que excluyen a los pobres inmigrantes y aprovechan su
"humanitarismo" para escenificar y proyectar su xenofobia. Son
síntomas de sociedades enfermas en sus relaciones con los más débiles; síntomas
como es síntoma Donald Trump. Demasiados síntomas.
Y es que, en momentos de grave crisis
económica y social, la pereza mental, la cobardía social, antes que incitar a
la rebeldía contra los auténticos culpables de la extorsión- es decir, el FMI,
las Bancas, la plutocracia mundial- se prefiere el atajo simplista de demonizar
al que no puede apenas defenderse, al pobre extranjero -inmigrante social o
refugiado- o al pobre local. El mentecato colectivo, estúpido e insolidario,
busca pronto un chivo expiatorio con el que ninguno de la horda se identifique
y descarga sobre él toda su frustración y su impotencia ante el poderoso; ese
es el origen de todos los fascismos de Donald Trump a Marie Le Pen, de Franco a
Hitler o Musolini. Así fue y por lo visto continuará siendo porque, a lo que se
ve, las sociedades humanas no aprenden aunque les lluevan muertes por millones
y ruinas por doquier. ¡Qué cansera y qué desgracia!