lunes, 29 de junio de 2009

Garzón

El juez don Baltasar Garzón Real ha entrado, guste o no guste, en un lugar de honor de la Historia de España. Ha tenido la valentía desde su estrado de mirar por fin cara a cara al franquismo sociológico de este país y decir, no sé si por primera vez, pero si de forma inequívoca y clara: en ese Alzamiento que glorificáis, en esa Cruzada que en franca blasfemia proclamáis es probable que existiera un enorme crimen, un pavoroso genocidio cuya investigación es y debió ser obligada tarea de la Justicia.

En lugar de ello, durante los setenta años transcurridos desde los hechos, la Justicia Oficial miró para otra parte en relación con este asunto. Unas veces por miedo, otras veces por cálculo, otras veces sin duda por complicidad.

El Miedo, cuya siembra por generaciones fue sin duda el auténtico móvil del inmenso y no juzgado crimen, ha sido el cemento del Régimen Criminal, el muñidor de la imperfecta Transición, el sostén del “status quo” monárquico y la razón de la inautenticidad del “sistema democrático” que arrastramos como un peso muerto por la Historia reciente.

Muchos, y no sólo de la Derecha manifiesta, temen que si ese Miedo se supera se “vuelva a las andadas”. Y desde esa apreciación miserable siguen manejando el temor popular como deleznable material de construcción de la convivencia: o son cobardes o son mentecatos o son canallas, o una mezcla de todas estas cosas

Por esa razón, para esa caterva, que anhela la dictadura o recela de la auténtica democracia, la postura valiente del buen juez Garzón, por cuanto muestra el camino para superar el miedo enfermizo, es algo a destruir con carácter de urgencia. Y por la misma razón es algo a apoyar con vigor por los demócratas sinceros.

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