miércoles, 15 de abril de 2009

¿Qué es un peatón para un automovilista?¿Qué es un peatón para un guardia urbano?

           ¿Una nueva especie de lepórido cruzado de simio? ¿Una pieza a abatir en su safari diario? ¿Un ser clandestino y huidizo que sólo merece desprecio y acoso? ¿Un conejo? No, en el paisaje urbano mas bien una rata, o quizá un ratón tan sólo.

 

            Y si piensan que exagero lean esta historia, real como la vida misma, que he vivido en primera persona hoy jueves, 21 de septiembre de 2000, víspera del tan cacareado dia sin coches en esta ciudad que tan acertadamente rige el alcalde Manzano:

 

            Caminaba esta mañana a pié hacia mi oficina por una de las aceras que bordean el parque Norte de la capital, a mi izquierda, coches aparcados de manera contínua, sin fisuras, a mi derecha, el seto del parque, cuando rodando hacia mí por la acera adelante, ocupándola toda, se me viene encima tan pancho un coche. No podía eludirlo nada más que de tres maneras: saltando encima de un coche aparcado, saltando encima del seto o encaramándome a un árbol. Como a mis 61 años mis raices leporinas o simiescas las tengo algo lejos lo único que acerté a hacer fue achantarme y quedarme parado ante la lógica contrariedad de la conductora del vehículo que daba por supuesto que yo resolvería mi situación con la agilidad huidiza de los roedores urbanos, que viven siempre de prestado en el sobresalto diario. Me increpó y la contesté con arrogancia impropia de mi condición insignificante algo así como que los coches no deberían ir por las aceras y menos cuando al dia siguiente se celebraría el día sin coches. Me mandó a la mierda y me dijo que estaba autorizada por un guardia urbano porque un camión de limpieza había atascado la calle y la única solución hallada por el servidor público había sido al parecer la de desviar toda la circulación de coches por la acera. Por lo tanto: a reclamar  que me fuera al guardián del órden y que evacuara la acera porque estaba interrumpiendo EL SAGRADO TRÁFICO.

 

            Atónito obedecí mascullando para mí interjecciones que sólo hacían más patente mi miseria real de peatón, salté sobre el seto como pude y huí a mi madriguera agradeciendo no haber salido peor de aquella: hubiera podido ir a comisaría y todo por perturbar el orden automovilístico.

 

Desde luego si hay un dios de los peatones debe de ser inferior al de esos seres superiores que en una operación de ruinoso balance energético conducen sus 1500 kilos de apestosa chatarra para transladar a ninguna parte sus 75 kilos de gilipollas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario