miércoles, 31 de octubre de 2012

¿Es el Dios de la Biblia mosaica un ser perverso? – 3




La “malignidad de la Naturaleza”


“… Se suele pensar que Darwin, hombre religioso en su juventud, habría perdido la fe al descubrir la evolución por selección natural. Él lo contó de otro modo. La perdió al descubrir la malignidad en la naturaleza, incompatible en su opinión, con la existencia de un misericordioso Dios creador. En parte lo movieron razones familiares (en especial, la pérdida de su hija Annie), pero en parte, también, el estudio de las avispas parasitoides, que ponen sus huevos en presas vivas a las que, tras nacer, la larva devora desde dentro, lenta e inexorablemente. ¿Cómo un buen Dios podría inventar tanta crueldad? …”

MIGUEL DELIBES DE CASTRO – Profesor de investigación del CSIC.
Diario Público – Sección de Ciencias del lunes, 21 de Diciembre de 2009.


Me quedé petrificado al leer esto a mis setenta años. Y no precisamente por el espanto que revela el detalle de una conocida depredación (hay tantas en la Naturaleza – el arco de su estructura funcional se basa en ellas); ni tampoco por esa sentida anécdota de la pérdida de la fe del naturalista padre de la teoría de la Selección Natural. Lo que realmente me impactó es el hecho de que yo llevo observando, leyendo y comentando el comportamiento “cruel” de las “avispas parasitoides” o icneumónidos desde mi infancia, y también para mí ha sido un argumento muy importante acerca de esa supuesta crueldad de la Naturaleza y, en consecuencia, de su supuesto Creador. Pero esta anécdota de Darwin no la he llegado a conocer hasta ese artículo de Delibes-hijo de la fecha de arriba.

En efecto. Tenía yo unos once o doce años. Vivía con mis padres en una casa de pueblo con un amplio patio que era casi una pequeña parcela de labor en la que cultivaba algunas hortalizas. Abundaban por allí unas avispas diferentes de las comunes; algo mas grandes, de color oscuro, pardo o negro, y en las que advertí un comportamiento peculiar que me llevó a observarlas. Estos avispones solían hacer un agujero cilíndrico vertical de unos 15 o 20 milímetros en el suelo reseco, para lo cual procedían a arrancar con sus potentes mandíbulas piedrecillas o pedazos de tierra seca que dispersaban por los alrededores. Luego, una vez abierto el hoyo, marchaban volando y al cabo de un rato volvían, asimismo en vuelo, con una gruesa oruga, extrañamente inmóvil, sujeta por la cabeza entre sus mandíbulas. El avispón se las arreglaba para introducir la oruga en el hoyo previamente excavado, aparentemente justo a la medida de la presa. Acto seguido cerraba el hoyo con arenas y pequeñas piedras que apelmazaba un poco con sus patas traseras, hecho lo cual desaparecía sin volver nunca más por ese hoyo.

Mucho más tarde, en el curso de mi carrera de agrónomo, pude conocer algo más de esta curiosa avispa. Pertenecía al género de los Icneumonidae y era considerada como un caso ejemplar de lucha natural contra las plagas del campo por cuanto parasitaba larvas (orugas) de lepidópteros (mariposas) y otros insectos, que eran a su vez considerados como “plaga” para muchos cultivos, de cuyas hojas y otros órganos se alimentaban; y, como el enemigo de mi enemigo resulta ser mi amigo, los icneumónidos eran considerados por ello insectos beneficiosos. Sea como sea lo cierto es que esto me permitió conocer con mayor detalle el proceder de esta especie depredadora. El icneumónido capturaba larvas de varios insectos, preferentemente lepidópteros, para nutrir a sus propias larvas desde su nacimiento hasta llegar al estado de ninfa o pupa. Para ello procedía de esta forma: la avispa, al capturar a su presa, la mordía en sus ganglios cervicales de manera que la oruga quedaba viva pero paralizada para el resto de su terrible existencia, luego hincaba en su cuerpo el oviducto y depositaba un huevo en el interior del cuerpo de la víctima; más tarde, para preservar su presa de otros depredadores, la almacenaba en esos agujeros en el suelo que yo observaba construir en mi patio familiar.

Y allí se desarrollaba el resto del drama natural: nacía la larva del icneumónido y con sus potentes mandíbulas iba devorando a pequeños bocados a la oruga desde dentro de su propio cuerpo, cuidando, por instinto genético, de no tocar las partes vitales de la huésped, de manera que se mantuviera viva y de esa forma no entrara en un proceso de putrefacción que hubiera echado a perder una parte sustancial de su sustancia antes de que la larva parásita completara su desarrollo. ¡Una alternativa natural al frigorífico! El proceso de depredación desde dentro continuaba hasta el agotamiento del tejido parenquimatoso de la oruga, que quedaba prácticamente vacía, con sólo el pellejo y el sistema ganglionar que la mantuvo en vida … y el monstruoso devorador, listo ya para pasar a la fase de ninfa que completaría su metamorfosis. Una auténtica historia para no dormir en la medida en que uno se identificara con esa oruga, comida lentamente en vida por un voraz y hábil depredador desde dentro de su propio cuerpo.

Esto es lo que, entre otros ejemplos, permitió a Darwin (según Delibes) hablar de malignidad de la Naturaleza, y a mí, modestamente, también, en cuanto completé mi conocimiento de tan curioso y horripilante proceder de ese insecto útil y beneficioso para el hombre y sus cultivos.



[Continuará]

1 comentario:

  1. Tiempo después glosé todo esto en verso:

    El dios de tanta crueldad no es digno de mi fe


    He visto el desolado
    espanto de la presa
    que agoniza en las fauces
    feroces de la fiera

    y he sabido que rige
    la Vida una tragedia,
    una atroz ordalía,
    una norma cruenta:

    comer o ser comido,
    ser tigre o ser oveja,
    ser víctima o verdugo,
    o pedernal o yesca.

    Y al decirme que un Dios
    bondadoso pudiera
    ser autor del veneno
    mortal de este dilema

    rechacé el sinsentido,
    oximorón, esquema
    de bondad y maldad
    unidas – contrapuestas

    en un único dios
    que amor-dolor uniera
    en sádica amalgama.
    Y esta fue mi respuesta:

    Pues que al Mundo revistes
    ¡oh dios! de tanto horror,
    quiero hacerte el favor
    de creer que no existes.

    He sabido del hambre
    junto al lujo y la hartura,
    la esclavitud que el lucro
    esconde en su estructura

    y he sabido que rige
    al Hombre una amargura,
    un tremendo destino,
    una vil dictadura:

    ser esclavo o ser amo,
    vergajo o matadura,
    sudor que alza las mieses
    o avaro que urde usura.

    Y al decirme que un Dios
    bondadoso procura
    al pobre angustia estrecha
    y al rico desmesura

    rechacé el sinsentido,
    oximorón, locura
    de bondad y maldad
    en una sola hechura

    del pretendido dios
    que la Biblia asegura
    que este Mundo creara.
    Y mi voz sonó dura:

    Pues que al Mundo revistes
    ¡oh dios! de tanto horror,
    quiero hacerte el favor
    de creer que no existes.

    Que dedico a mi amigo Pedro, con el que comparto la idea de que si Dios existiera, cosa que no creemos, sería un dios perverso, un monstruo cruel. Si tal ente no existe el Mal desaparece con el sentido moral y se convierte en mero mecanismo de selección.
    Madrid, domingo, 21 de abril de 2013

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